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El ser que uno está llamado a desarrollar no es algo que debemos completar o alcanzar, no. Lejos de aseveraciones finalistas, el ser que uno está llamado a desarrollar no es un lugar concreto al que nos dirigimos sino, sencillamente, una manera particular de caminar sobre un terreno firme que nos pertenece. Sin objetivos, sin metas. Solo un caminar ligero desde la absoluta certeza de que lo que hago, ese suave movimiento acompasado de mis pies sobre el terreno, es la verdad en la que necesito estar. Como esos preciosos instantes de la vida en los que uno se da cuenta de que está en el momento perfecto, en el lugar correcto y te ves invadido por un gozo suave, un “sí, esto es”, que inunda la profundidad de tu ser de un sincero e inocente agradecimiento. El ser que uno está llamado a desarrollar es uno de esos momentos multiplicado en el continuo devenir de la vida.


El ser que uno está llamado a desarrollar ha de adivinarse desde la más tierna infancia porque se va reflejando en aquellas naturales inclinaciones que uno tiene desde niño o desde adolescente. Y es un deber de la sociedad dar a luz la forma en la que esas inclinaciones han de tener su materialización en el mundo ordinario, pero lo normal es que las ahoguemos sin darnos cuenta, incluso ya desde niños, porque muchas de ellas tienen que ver con aspiraciones que no caben en el marco estrecho de un trabajo que nos tiene que dar de comer. Entonces, uno se busca la vida para no sucumbir al desaliento que provoca estar haciendo algo que no es acorde a la realidad profunda del caminar propio. El que necesita hacer algo creativo, buscará en sus ratos libres huecos para dar rienda suelta a su creatividad. El que es líder entusiasta en un entorno apagado, motivará a su familia y cercanos, el que es amante del conocimiento, de mente inquieta, seguirá estudiando hasta el final de sus días, el que tiene una natural inclinación hacia el humor, será siempre el simpático animador de amigos y clientes … y así con todos y cada uno de nosotros porque todos y cada uno de nosotros sabemos que no podemos dejar que muera ese algo que no sabemos ni siquiera describir, ese motor interno, esa necesidad vital que nos da aliento hasta en las peores noches de nuestra vida. Porque es algo que reconocemos como propio y único. Esas actividades que nos pertenecen, por ser el reflejo más íntimo del ser que estamos llamados a desarrollar, carecen de tiempo y espacio, carecen de mente y de pensamiento. En ellas todo pasa sin darnos cuenta, la vida continúa fuera mientras yo me sumerjo en mí sin necesidad de estar yo presente. Es esa hermosa sensación de ser completo, precisamente por estar completándose en lo que hago y soy desde el momento en el que me permito caminar, dejándome llevar por mis elevadas inclinaciones naturales. Y digo elevadas porque uno es capaz de establecer una diferencia con otras actividades más ordinarias de la vida, ya que las acciones de ser que uno está llamado a desarrollar siempre dejan una huella hermosa en el alma y en el mundo, un poco más de ganas de ser mejor persona, un algo que tiene que ver con la bondad y las virtudes humanas. Pero no es suficiente a veces, bien porque la vida no lo permite, bien porque ese brillo se apagó en su principio sin que tuviéramos ocasión de colorearlo. No es suficiente en general ya que lo natural sería poder caminar siempre en nuestro terreno firme, porque este caminar es lo que nos da aliento para superar otros obstáculos de la vida, dado que sirve en bandeja la esperanza de un nuevo comienzo. Y también es nuestro refugio. Solo hay que constatar cuántas veces nos parapetamos en aquellas actividades que nos hacen bien para amortiguar el dolor de una época o momento difícil. Desde mi humilde punto de vista, muchas de las neurosis del momento actual y de épocas pasadas tienen y han tenido que ver con la negación y anulación del ser que estamos llamados a desarrollar. Porque esta anulación lleva consigo un descentramiento interno que se manifiesta en nuestra psique a través de una incómoda sensación de estar sin estar, de no saber qué pasa, de no poder disfrutar del todo de las bondades de la vida. En el mejor de los casos, esto lleva a mucha gente a dotar de un carácter de verdad las superficialidades del mundo y acaban enredados en ellas de manera obsesiva. En el peor, el descentramiento lleva consigo una progresiva y suave entrada de la tristeza en nuestro cuerpo, mente y alma y, cuando nos queremos dar cuenta, quizá ya hemos sucumbido al engaño sutil de esta emoción intrusa que hace que nos veamos sin posibilidades ni energía para encontrar de nuevo nuestro camino. Pero es necesario levantarse y buscar de nuevo, aunque tengamos ya una edad y principalmente porque tenemos ya una edad. Ojalá hubiéramos entrado desde niños en la realidad profunda de nuestro ser, pero casi seguro no es el caso. Sólo son unos pocos afortunados los que dan en el clavo y aciertan y la vida cotidiana es un reflejo de sus aspiraciones, anhelos y fortalezas. Pero lo normal es que siempre nos falte algo y andemos un poco huérfanos de nosotros mismos. Es necesario sin duda levantarse para evitar que la tristeza anide en el alma y para evitar cargar a otros con las necesidades no cubiertas. Cuántos padres y madres proyectan en sus hijos de manera inconsciente sueños no cumplidos, como queriendo imponer en ellos el deber de completar su obra. Cuántos padres y madres se resisten a dejar de ser padres y madres cuando sus hijos crecen para evitar encontrar en ellos un vacío al que no quieren hacer frente. Por eso y por otras cosas más tenemos el deber de levantarnos y buscar nuestro camino, aunque sintamos que es demasiado tarde. Otra cosa es intuir cuál es y no haber tenido oportunidad de recorrerlo más que en breves y fugaces momentos. Esta es para mí la peor carga porque uno se encuentra siempre en la distancia, mirando aquello que le pertenece desde lejos, como queriendo volver al hogar sin encontrar el modo. Y notas como la tristeza y el desaliento se adueñan de ti y luchas para evitarlo, pero cada vez sientes que tienes menos fuerza. Y ves como otros consiguen superar los muros de cristal que la sociedad te ha impuesto sin entender muy bien por qué ellos sí y tú no, para acabar parapetado detrás de creencias de tipo “ya no tengo edad”, “en realidad estoy bien así”, “tampoco es tan importante”, o “no se trata de arriesgar ahora”. Porque la mente va a encontrar excusas de cara a mantener una absurda congruencia entre lo que hago y lo que pienso. Y si no me pongo en marcha, si no empiezo primero, llegaré a creerme que no puedo ponerme en marcha, que no merece la pena, que no es el momento. Extraño movimiento de la mente que da confirmación a nuestros actos sean estos buenos o perjudiciales para nosotros mismos. Se trata de empezar a caminar hacia nuestro camino, curiosa paradoja. Caminar cada día, cada día hacer algo por nosotros acorde a nuestra esencia. Rápido o despacio, da igual, que ya dijo el poeta que se hace camino al andar sin dar más explicaciones sobre cómo ese andar debe ser para cada uno. Cargar, eso sí, con el miedo al fracaso, a la vergüenza, al ridículo que, mientras no sean muy pesadas, son piedras a veces necesarias. Abandonar nuestra imagen, nuestras creencias y atreverse a ser fiel a uno mismo con la sabiduría que da la edad, pero con la inocencia del niño o la niña que fuimos. Porque desarrollar el ser que estamos llamados a desarrollar no es más que eso: atreverse de nuevo a ser un niño y dejar que nuestro caminar sincero nos descubra la belleza profunda de lo que somos en verdad. Hoy es domingo 29 de enero de 2023. Miro desde la distancia el salto que tengo que dar hacia mi camino. Miro también mi desgaste, mi miedo, mi no sé qué. Soy consciente desde hace tiempo de todos los techos de cristal que me oprimen y que hacen que sienta el espacio interior cada vez más pequeño. Vuelven a mí todas las excusas y justificaciones que me he dado, todas creíbles, todas sinceras, todas sostenidas por una sociedad que da prioridad a lo seguro, a la juventud, al dinero. Pero también está la tristeza, una tristeza suave que me acompaña y que me hace llorar cuando no quiero. Y sé que nace de ahí, de no darme permiso, de ese extraño echarme de menos. De estar huérfana de mí misma. Espero que hoy sea el día en el que empiece a deshacerme de ella. Es cuestión de dar un pequeño salto. Solo uno. Con eso es suficiente.


patricia y el vuelo de ícara


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